Uno de los puntos que un manual de cocina cannabica no puede olvidar es la propiedad de estimulación del apetito. Este fenómeno ha sido detectado por estudios clínicos y por usos médicos.
Quien consume cannabis a menudo tiene un gran apetito, el problema es que cuando se deglute es la posibilidad de convertirse en un maníaco de la gastronomía. Así pues, si comemos, llenar la alacena y la nevera de alimentos, recordando que una subida excesiva la controlaremos con una fruta, o una cucharada de miel, evitando una bajada de tensión.
Comer cannabis, tiene al menos una ventaja frente a fumarla: eliminamos los riesgos pulmonares. Cuando fumamos un cigarrillo de cannabis, perdemos alrededor de un 70% de THC que contiene antes de llegar a los pulmones, comiendo cannabis, el estómago sólo absorberá el 10% pero el hígado reciclará los 2/3 por completo. Es por esto que las cantidades a ingerir son diferentes de cuando se fuma y su colocón, superior, cuando se absorbe por vía digestiva.
Una bebida cannábica te hará un efecto a los 10 minutos, una comida podrá tardar hasta 3 horas; y unas 4 horas, el tiempo que empleará vuestro hígado en asimilar y reciclar los cannabinoles. Comer otro tipo de alimento acelerará los efectos del cannabis, si esto ocurre y el “jugo psíquico” se transforma en una “pálida”, relajaos, respirad hondo, bebed agua o zumo de naranja.
El THC, como ya dijimos, tiene por costumbre, a partir de los 60º C, refugiarse en materias grasas. Así pues, a los cannabívoros, no es muy fácil extraerlo, o bien del cannabis, o del hachís; bastará sumergir cogollos y mantequilla en un recipiente con agua y llevarlo a temperatura de ebullición.
Las proporciones a usar serán: 1 gr de cogollos o de hachís por cada 5 gr de mantequilla, mayor será la concentración de THC en el producto final, aunque su extracción será más difícil.
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